Viajar te ayuda a romper barreras
(mentales y emocionales)
Camino de la buena suerte, libre…. Stop prejuicios
Respeto, prejuicios. Siguen resonando por mi cabeza, resaca, orgullo. Otro más. Después de estos días, de revueltas, reivindicaciones, lucha. Llega la vuelta a la rutina, a la vida, al día a día. A esta “nueva normalidad”, que poco a poco se va haciendo con nosotros. Se me revuelve un poco el cuerpo, la verdad. Tanta información, demasiada diría yo. Mal contrastada en muchas ocasiones, poco verídicas, sería el termino mas apropiado.
Hay muy poco respeto, por el mundo y por la sociedad que nos ha tocado disfrutar. Hay que aceptar y conocer, al menos dar la oportunidad. No prejuzgar, los juicios solo te llevan por mal camino. Resaca, orgullo, intenso. Todavía tengo el pequeño activista en pie de guerra, dentro de mi. A estas edades, las resacas no se van de un día para otro, ahora tardar un par de días, tres, cinco o seis días. ¡¡Qué lastima!!.
Todo esto viene, porque estoy frente a mi frigorífico, a la altura de mis ojos, más o menos. Un imán, bueno si solo fuera uno. Tuve una época, (nota informativa: imagino, que más de uno, me entenderá) cuando empecé a viajar. Coleccionaba imanes de cada ciudad que visitaba. Me hacía ilusión, hasta que tuve que empezar a elegir, el frigorífico no daba para más. Por más juego de tetris, que hiciera. De donde no hay no se puede sacar. Asique hice una bonita y emocional selección, el resto pasaron a mejor vida y no volvió a entrar ninguno más, en mi frigorífico.
Un bonito imán, casas flotantes, un canal, cielo azul, una bicicleta. Os habéis ubicado, ¿hemos viajado al mismo destino?, ¡juntos!. Ámsterdam. Es el lugar, mi próxima aventura, recuerdo, empieza en Madrid, pero se consuma allí.
Os pongo en situación, lunes, media tarde, después de comer. Vuelta a mi rutina, mi trabajo, mis historias. Recibo un mail de mi jefe, lo miro, sigo a mis cosas, vuelvo a mirarlo otra vez. Hoy no era el día, me apetecía estar a lo mío, adelantar trabajo y que terminara pronto el día. ¡¡¡Lunes!!!!, no hay mucho más que decir. El fin de semana, había estado movidito, amigos, música, alguna que otra copita, pocas horas de sueño. Hasta ahí puedo leer. Vamos, como loco por coger mi cama.
Abro el e-mail, empiezo a leer, llego al final del mensaje y vuelvo al comienzo, lo leo como una dos o tres veces. Viaje de empresa, congreso. Hoy no era el día. Fijaos que me vuelve loco viajar, que me encanta. Pero en aquella época, no era yo muy amigo de los viajes de empresa, me daban mucha pereza. Sin tiempo, todo a la carrera, charlar eternas, cenas, comidas, veinte mil historias concentradas en dos o tres días, una locura. Y ese no era el día para pensar en tanto jaleo. Solo de leerlo, me agobie, un estrés.
A la hora de recibir el mail, mi teléfono empieza a sonar. Mi jefe. No le había contestado, tras unos minutos de conversación. Acepto, tampoco tenía muchas opciones. Pero como el Alber es de ver el vaso medio lleno. Me lance a la aventura, dos días, reuniones, cenas, conferencias, poco tiempo, solo dos días. Después cinco días por delante para mi. Aproveche la situación, ya que viajaba y me tenía que comer el marrón de mi jefe. Conseguí cinco días de vacaciones, retribuidas por la empresa. Como decir que no.
Aunque Ámsterdam, no era un destino que me volviera loco. Me hacía gracia el tema coffee shops, barrio rojo, poco más. Al llegar a casa, la curiosidad mato al gato. Con las ganas que tenía de tirarme en la cama, dormir y no pensar. Descansar, era lo que más necesitaba. Pero cogí el teléfono y empecé a indagar, investigar, que podía hacer en Ámsterdam, que ver. La casa de Ana Frank, no tenía ni idea, el diario de Ana, me cautivo. Recuerdo haberlo leído dos o tres veces. Una historia desgarradora, prejuicios. Una historia que todos deberíamos conocer, respeto.
Cuando quise ser consciente, estaba sentado en mi asiento, habíamos cambiado el decorado de la oficina, por el del avión. Allí rodeado de mis compañeros, todos emocionados, dos o tres nuevos, estaban que no daban crédito. A mí, me hubiera pasado lo mismo. Empezar en un trabajo y a la semana, un viajecito. No es que sean una maravilla, pero cambias de sitio, de aire, algo diferente, para romper la rutina.
Dos días, solo dos días. Respeto, sin prejuicios, lo acepto. Dos días. Aterrizamos en cuestión de un par de horas, nada más salir del aeropuerto, teníamos el autobús esperándonos. La jornada ya había comenzado, me esperaban dos conferencias, un almuerzo, dos reuniones y una cena, por delante, para el día de hoy. Así paso el primer y segundo día. Cuando quise ser consciente, estaba ante la ultima cena, en unas horas sería libre. Y tendría cinco días para recorrer las calles de Ámsterdam, visitar la casa de mi amiga Ana, quería empaparme de aquella ciudad, que ofrecía una alternativa emocional, bastante dispersa.
“Amsterdam”
Cosas del destino o de la casualidad. Me senté en mi sitio, en la mesa que me habían asignado, cena final. De cierre. Podéis imaginar, el show que allí se pudo montar, mi mente ya no estaba allí, solo pensaba en todo lo que me esperaba, lo que quería hacer, ver. Estaba inmerso en mis pensamientos. El sonido de los aplausos, me trajo de vuelta a la realidad. El discurso había terminado, ¡¡por fin!!. Después del brindis, mi mirada sufrió un pequeño percance, con otra que provenía, de la mesa que estaba frente a mi. Terminó la cena, me despedí de mis compañeros, cogí un taxi, dirección vacaciones, días libres, mi habitación, hotel.
Al día siguiente, me desperté temprano y con muchas ganas de perderme, por las calles de esta ciudad, bueno por los canales, mejor dicho. Lo primero, de manera inconsciente, hice una pequeña comparativa. Con la famosa ciudad de los canales, Venecia. Gran error, aunque en muchas guías o paginas de referencia, la llaman la Venecia del Norte. Debería ser al revés, la capital neerlandesa tiene más puentes que la ciudad de las góndolas. Hablamos de cuatrocientos nueve contra mil doscientos ochenta canales, en la ciudad de Ámsterdam. Lo que se traduce, en mas de cien kilómetros de canales.
Evidentemente, no me iba a recorrer los más de cien kilómetros, asique me centre en el cinturón de canales, Grachtengordel. Primera parada, lo tenía claro, muy claro. Casa de Ana Frank. Desde que descubrí su ubicación, me mataba la curiosidad, estaba ansioso. Como un niño con un juguete nuevo. Atravesé Prinsengracht, el canal del príncipe. Para que nos entendamos. Es el tercer canal más importante de la capital neerlandesa.
A su orilla, en el número dos cientos sesenta y siete, de la calle con el mismo nombre que el canal, encontré la famosa y tan ansiada casa, de mi querida amiga Ana Frank. La piel de gallina, unos escalofríos, recorrían todo mi cuerpo. Respeto, tolerancia, prejuicios, conocer, aprender. En cuestión de unos minutos, un cúmulo de sensaciones, imágenes, recorrían mi cabeza, de izquierda a derecha, de abajo, arriba. Una locura, Alber relaja y disfruta. Tanta injusticia, en tan pocos metros. Cogí aire, respiré hondo y entré.
Un par de horas más tarde, estaba de nuevo frente al canal. Caminé, sin rumbo. Aunque me había marcado una segunda parada, creo que había tenido suficiente, me quedé muy sensible, demasiado vulnerable. Me cuesta entender, porque no se respeta, odio los prejuicios. Con mi debate interno, confusión, que se formó en mi cabeza, decidí pasar del Museo de la Resistencia, dejarlo para otro día u otro momento. (nota informativa: el museo, recoge todos los acontecimientos ocurridos, durante los cinco años que duró la opresión nazi, en la Segunda Guerra Mundial). Prejuicios. No hace falta seguir.
Cambie los planes y me deje llevar, llegue al canal de Singel. En sus orillas, encontré, el mercado flotante de flores, único en el mundo. Semillas, bulbos, tulipanes, la joya de la corona. Deje que mis pensamientos, camparan a sus anchas. Mientras me deleitaba, observando tulipanes, de todos los colores, formas, maneras. Una espectáculo para la vista.
Parece ser, que no era el único interesado, en aquellos tulipanes, cuando me aparte para dejar que pasara. Me quede loco, esa cara me suena, la he visto recientemente, intentaba ubicarlo, pero no terminaba de dar con él. Hasta que él fue consciente de mi, me miró y sus ojos se cruzaron con los míos.
No podía ser, tras unos minutos observándonos. Él tomo la iniciativa, se acercó. Lo primero que alcanzó decirme, fue una pregunta. Un hola muy escueto, pero directo a la pregunta. Era él, no podía ni imaginármelo, estaba flipando. Recordáis el percance, en la ultima cena de la convección. Allí, rodeados de tulipanes, como si de una película de Woody Allen, se tratara. Nos conocimos, el duque y Alber.
Mi duque, un francesito muy interesante, bastante atractivo. Para que negarlo. Era un adonis, tallado a mano con cincel, capricho de Venus. Directivo, de una de las empresas que forman el holding, al que pertenece la mía. Fue raro, pero muy bonito a la vez. Charlamos y nos conocimos un poco más, que voz, que acento. Chico inteligente, había hecho lo mismo que yo. Aprovechar el viaje y quedarse unos días más.
Os podéis imaginar, conociendo al Alber. Pasamos el día juntos, los siguientes restantes, también. Descubrimos Spiegelkwartier, el barrio de los espejos. Arte, galerías, antigüedades. Estaba en mi salsa y compartiéndolo con un hombre, de tal calibre. Herengracht o el canal de los señores, quizás el más pintoresco de la ciudad, rodeado de casas, una arquitectura espectacular, que habían pertenecido a las familias más acomodadas, desde siglos pasados. Magere brug (nota informativa: puente flaco), uno de los más famosos de la capital neerlandesa. Plaza Dam, la Niewerkek o iglesia nueva. Plaza Spui. Turismeo, en toda regla. Museo Van Gogh, no podía faltar. Arte callejero, Vondelpark.
Estaba viviendo, mi propia comedia romántica. Era tan inteligente, culto, guapo, lo reunía todo. Intentaba sacarle algún defecto. Pero mi duque, me lo estaba poniendo difícil. ¿¿Prejuicios??. Que opináis vosotros. Os pongo en situación, sería la tercera mañana, quedamos en la cafetería de mi hotel, desayunamos juntos. Después me monto en su coche y puso rumbo a lo desconocido, al menos para mi. Dejamos atrás Ámsterdam.
Próxima parada, excursión a los tulipanes de Keukenhof. Ahí no quedo la cosa, el premio gordo llegó, cuando volamos en helicóptero sobre los campos de tulipanes. Hace falta que describa, mi cara en ese momento. Cual pardillo, flotando entre corazoncitos. Lo había encontrado. Mi duque, consiguió que me rindiera a sus pies.
He de decir, que no había pasado nada entre ambos, más allá de alguna que otra caricia, mirada cómplice, roce. No había probado esos labios, ni esos besos aún. Respeto.
He de reconocer, que me moría de ganas de hacerlo. Después de todo lo que hizo por mi, en toda comedia romántica, ¡¡hay beso!!. Un beso de amor, de esos que te hacen flotar, volar… Estaba que no cabía dentro de mi, una felicidad. Prejuicios.
El viaje estaba llegando a su fin, aquello no podía quedarse así. No podía abandonar Ámsterdam, sin conocer el famoso barrio rojo, ni los coffee shops. Yo no soy, ni era, muy fan del cannabis. Pero donde fueres haz lo que vieres. Tenía que probarlo. Ni corto ni perezoso, organice una ruta por el barrio rojo, situado en el centro de la ciudad medieval, surcado por canales y callejuelas, repletas de bares, escaparates, neón, luces.
Oude Kerk, antigua iglesia milenaria. Actualmente sirve de espacio para eventos culturales. Si Jesús levantara la cabeza. Es una pasada, impresiona ver un edificio de esas características, rodeado de luces de neón, rojos. Por momentos, pensé que estaba en Rupaul, drag race. Ciudad del placer. Placer de lo prohibido. Respeto, pecado, prejuicio.
Pensé, a ver si con esto se me anima, se lanza y consigo sentir esos labios, el tiempo jugaba en nuestra contra. Con la excusa de visitar el coffee shop, donde se rodó alguna que otra escena, de Ocean’s twelve. Conocimos Dampkring. Visita obligada, seas o no fumador, merece la pena. Allí abrimos la veda, nos lanzamos a la aventura y compartimos alguna que otra calada, risa, muchas risas. No lo había probado antes, la sensación era muy agradable. La cabeza un tanto ida, mas o menos como cuando te tomas un par de copas de vino, que se te sube a la cabeza, flotas.
Baba, fue el siguiente. Una decoración muy oriental, muy zen. Con una energía muy interesante, a la cual nos unimos y nos dejamos llevar. Agarramos cual pedo, un ciego. Yo no podía parar de reírme y de mirar esos labios. Paseamos bajo la luna de la capital neerlandesa, la pasión empezaba asomar. En cualquier momento, podía suceder, yo estaba muy vulnerable. Estaba totalmente rendido a mi duque.
Se paró, me miró. El momento había llegado. ¡¡Por fin!!. Beso, beso, beso… Él estaba totalmente inmóvil mirándome. ¿Algo va mal?, no sabia que hacer, le preguntaba, esperaba. Relax Alber, que no todo el mundo es como tú. No quería cagarla. Respeto.
Unos segundos, que para mi fueron una eternidad. Reaccionó, pero no me beso. Se puso hablar, quería conversar, en ese momento, en esa situación. No entendía nada. Respeto. El pedo que lleva, pensé. Pero cuando me dijo “erotofobia”. Mi cara fue un poema, que me estaba diciendo. Seguía sin entender nada. Me agarro por la cintura, me miro a los ojos. Beso, ¡¡beso!!. Pues nada, que manera de cortar el rollo. ¡¡No había tenido tiempo, días para poder decírmelo!! ¡¡Tenía que ser en ese preciso momento!!
Me confeso, que padecía “erotofobia”, que se traduce en temor a la sexualidad, al sexo. Estaba en tratamiento y terapia con cinco psicólogos. ¡¡Hola!!! ¿¿No había alguno más??. Yo estaba flipando, aquello no podía ser verdad. No podía ser real. Pero parece ser que si, me soltó un speech, sobre la sexualidad, promiscuidad, prejuicios, mucha falta de información. Cuando termino de hablar, lo primero que hice fue vomitar toda la mierda que me había hecho tragar, lo segundo fue responderle.
En su discurso hacía alusión a enfermedades de transmisión sexual, vih. Miedo de contagiarse, prejuicios hacia la gente, que por desgracia lo padece. Tachándolas de yonkis, drogadictos, degenerados, locos. Que equivocados estamos, me resulta curioso. Un tema que nos afecta, de la manera que nos toca. Seamos tan ignorantes y hablemos sin saber. Prejuicios.
Sin ponernos en la piel de esas personas. Tachándolos de lo peorcito, como si no tuvieran derecho, por lo que han hecho o como en muchos casos, te han hecho sin que tú lo sepas. Confiando en una persona, que por deslealtad y poca valentía. Te ha dejado el regalito y a cargar con ello. No es justo, cargarles con el san Benito, señalarles. No se puede generalizar y prejuzgar, sin saber. Hay que informarse, conocer, aprender. Respetar.
No podía dejar de mirarlo, en cuestión de segundos. Se me había derrumbado, algo dentro de mi se rompió, decepción, que lástima. Mire sus labios unos segundos, sin decir palabra. Quería besarlos, pero después de escuchar aquello. No tenía ganas, mi duque había perdido el encanto, la magia.
Tengo que aclarar, que no por sufrir una fobia. Sino por los prejuicios y la mente tan cerrada que mostró. Su manera de expresarse, las palabras que utilizó. La cobardía y el egoísmo, no encajan en mi mundo, ni en Alber.
Luchamos por un mundo mejor, los prejuicios nacen de la falta de información, lo desconocido nos asusta. Suena algo lejano, y queremos pretender que no forma parte de nuestras vidas, todos somos iguales.
Aquella noche me fui al hotel e intercambiamos un par de mensajes. Mi historia de Woody Allen, llegó a su fin y no hubo final feliz. Ni beso. Mucha emoción y al final todo quedo en agua de borrajas. Una pena, porque mi duque, ese adonis, capricho de Venus. No estaba yo para meterme en camisas de once varas, ni jardines en los que las tormentas se aproximaban, era como hablar con una pared.
Si no hay libertad, respeto y solo prejuicios. Alber coge sus maletas y sigue su camino. De vuelta a casa, pensé en escribirle, me dio pena, sinceramente. Un chico joven, tan apuesto y con esa visión, llena de prejuicios. Una pena. Pero, limones te da la vida.
P.D.: Si el prejuicio es una enfermedad, la información es la cura.