Conocerte, salir de ti, límites.
Ir un paso más allá… Camino de la buena suerte
Límites, viajes. Ayer cuando deje el imán en la nevera, fui directo al salón. Allí encima de la mesa auxiliar, estaba la cajita. Mi cajita de emociones, recuerdos… viajera, al abrirla pude ver una tarjeta. La típica tarjeta de publicidad de un establecimiento, francés para ser más concreto. No quise darle mucha importancia, pero después de recordar ese viaje en velero, esos atardeceres, los paseos por los canales, encuentros y reencuentros. Me puse un poco meloso.
Que me he pasado toda la noche dándole vueltas a la tarjetita. Me he levantado esta mañana y me he dicho Alber, porque no compartirlo y aunque hay veces que revolver ciertas emociones no son muy agradables, las cosas vistas con perspectiva, tienen otro aprendizaje.
Trece, no sé que tiene el trece. Pobre, menudo ‘’San Benito’’ le ha tocado, yo la verdad que alguna vez que otra he tonteado con el trece, pero nunca le había dado importancia hasta que llego él. Trece de febrero, que da un poco de escalofrío.
Mira que hay treces a lo largo del año, que tiene que escoger el mes de febrero y de madrugada, para hacer su aparición. Suena como una canción de Camela, una mañana, un día gris, desolado en la cama, llorando las penas. Lo cierto que no hacía ni dos semanas, que había dejado la casa que durante cinco años había compartido con el que pensaba que sería el amor de mi vida. Tumbado en la cama, unos días atrás decidí acceder a las nuevas formas de ligar, las apps (famosas apps).
Decido abrir la aplicación y divagar mientras me torturo y me rasgo las heridas con lo que pudo y no llego a ser, eternos porqués y juicios. Alguien me saluda y entre una palabra y otra, encadenamos una conversación de unas tres o cuatro horas. En ese momento piensas, ¡qué coño he estado haciendo estos años atrás!, donde me había metido. Sin darte cuenta, acabas saliendo de toda tú mierda. Para soñar, como si fuera una bonita comedia romántica, esto lo digo, porque el culmen es cuando te suelta que si te vas al día siguiente con él a París, tiene que ir por cuestiones de trabajo y si me apetece acompañarlo.
Señores, centrémonos por favor, el día siguiente es el catorce de febrero, ¡¡¡San Valentín!!!! ¡¡¡Día de los enamorados!!!! ¡¡¡París!!!! Puede ser más idílico.
Por que la vida es tan simpática, tan agradable, tan maja. Y que los años anteriores, nada de nada en el maldito día de ‘’San Valentín’’. La de frasecitas celebres que me he tenido que comer, esto lo ha creado el corte ingles, no necesito un día para demostrar lo que te quiero, para eso están los 364 días restantes. En los cuales, ni te has dignado en intentar sorprenderme, en fin. Te llega alguien que te propone una fecha como tal, escaparte a París, como te quedas…
Te quedas que no eres capaz de articular palabra, pero como ya iréis observando, el Alber es de esos que aunque luego se arrepienta, se lanza (nota informativa: mejor arrepentirte de lo que has hecho, que de lo que no has hecho). Y obvio, que le dije que si. Unas horas más tarde me vi sentado en el avión, despegando rumbo a mi love actually, al lado de un total desconocido. Que solo era capaz de sonreírme cuando nuestras miradas se cruzaban.
Era extraño, habíamos hablado unas horas, un día. No se porque razón me lancé. Era un auténtico desconocido. Pero me sentía cómodo. Quizás nunca antes, me había visto en una como aquella. Había soñado con este día, tantas noches, días, horas. Con alguien que llegara y me sorprendiera en un día, como el catorce de febrero.
Una locura, un auténtica ida de olla. No me atreví a contárselo a ninguno de mis amigos, que iban a pensar. Aunque sinceramente, me daba igual. Quien me conoce de verdad, sabe como se las gasta el Alber. Tengo que reconocer, que la gente que de verdad me importa, no juzga y no lo iba hacer. Se que se hubieran preocupado y con razón.
Necesitaba perder el norte, hacer alguna locura. Sentirme vivo. Aquella ruptura me había dejado huella, era muy reciente. Mi cuerpo estaba totalmente apagado, desconectado. Pero le miraba y todo aquello se desvanecía, desaparecía. Un cosquilleo recorría todo mi cuerpo, sentía como se activaba, por momentos se ilusionaba, sentía esperanza, fuerza. Me venía arriba, en cuestión de segundos. Era muy agradable sentirlo cerca, su presencia, su olor.
Estaba en una nube, miraba por la ventanilla del avión y me sentía como Heidi, en su famosa canción. Corriendo y columpiándome en ellas. Era libre, sentía el aire como acariciaba mi cara, mi pelo. Era una sensación extraña, una mezcla entre Paulina Rubio y Heidi. Un tanto difícil de entender. Algo así como la sensación que tenía. Estaba roto por dentro, pero feliz. Triste pero con ilusión, ganas, vivir. Volver a reencontrarme, ser yo.
Mira que había estado en París veces, pero ninguna fue como aquella, recorrí calles que ya conocía, rue des Barres, rue de L’abreuvoir. Una obra maestra de composición y belleza. Rue du Fauburg St Horoné y rue Montorgueil, visita obligada para los amantes, del queso y los cortes fros (nota aclaratoria: charcuterie, en francés), expertos en vinos y especialistas en baguettes. En general, para todos los amantes, de la buena comida francesa.
Pero me mostró una ciudad desconocida, rincones que se llenaron de besos, flores, bombones, crepes, nutella… Montmartre, atardecer sentados en las escaleras, de la Basílica del Sagrado Corazón. Con unas vistas espectaculares de Paris. Foto de postal, con la Torre Eiffel al fondo. Le Marais, Notre Dame, Disney. Tuve la oportunidad de ser Nicole Kidman frente al Moulin Rouge, que más se podía pedir. La ciudad del amor, rendida por completo a nuestros pies, Amelie se queda corta para describir aquello…
Tengo que decir, que la primera vez que visite Paris. Me recorrí todos los escenarios de la película, Amelie marco un antes y un después en mi vida. Aunque tengo que reconocer, que tuve que verla como cuatro o cinco veces. Para pillarle el punto, entenderla. Como le pasa a los que conocen al Alber. Quizás ese fue el punto de conexión que nos unió.
He tenido que soportar comentarios, salidas de tono y más de una palabra fuera de lugar. Quizás la gente no entienda, hay diferentes formas de afrontar, de ver la vida. Pobre Amelie, eterna incomprendida. Pero un gran tesoro para él que lo comprende.
Se podía pedir algo más, en aquel viaje. Podía ser mas idílico. No quería despertar, regresar, volver a mi realidad. Paris se había convertido por unos momentos, en esa burbuja, válvula de escape. Aire fresco, en medio de aquel vendaval que asolaba mi vida, en esos momentos. Nunca pensé, que una ciudad te podía dar tanto con tan poco.
Viajar no solo te aporta conocer, descubrir ciudades, arquitecturas. Es terapéutico, conoces gente, te reencuentras contigo. Tus limites, te conoces. Es algo tan grande, que sinceramente os animo, os empujo a que lo hagáis. No tengáis miedo, cuanto más perdido, más abajo estés, viaja. Coge una maleta, lánzate. Nunca sabes lo que puede pasar. Pero si tienes que tener claro, que te hará mejor persona. Contigo primero y después con el resto.
Me imagino, que todos somos conscientes de la maravillosa repostería francesa. Pues mi aventura parisina, terminó en una de ellas. Una pâtisserie, pastelería en castellano. Con una variedad de dulces, pasteles, colores, sabores, para volverse loco… Él se vino arriba y decidió coger dos pasteles para comerlos esa noche a la vuelta en Madrid, romántico empedernido quería poner el broche. Pero tanto romanticismo, al final le salió por las orejas, que lástima.
Esa noche, sentados el uno frente al otro. Después de una cena, romántica se queda corta. Velas, flores, un mantel, porcelana, fina y con una clase. Una mesa para quitarte el sentido. En algún momento me iba a caer de la cama. Abrió la caja para poner el famoso broche. Después de haber cargado con la caja de los pasteles, todo el viaje en el avión, aeropuerto. ¿No es romántico?. Aunque parezca una tontería, había demostrado más que otros, en menos tiempo. Tengo muy claro, que muchas veces el tiempo, los años. No tienen nada que ver, con la intensidad con la que vivas cada momento.
Y cual fue la sorpresa, los pasteles habían estallado. No había pasteles. Era un intento de ello, ¡¡alma de cántaro!!. Volvíamos en avión, cambios de presión, altura, etc. La caja acabo en el cubo de la basura, llena de trozos de pasteles intentando agarrarse entre ellos, sujetarse, resistir, fuertes. Para no terminar por caer entre el resto de la basura y desaparecer. Así termino nuestra historia.
Fue algo fugaz, algo que paso en un abrir y cerrar de ojos. Pero me sirvió, me ayudo abrir los ojos. Mucho más de lo que yo pensaba. Paris no fue un simple viaje, con un desconocido. Paris me hizo abrir mis barreras, mis juicios. Fue una locura, pero tenía que hacerla. Aprender, y empezar a vivir. Pero esta vez de verdad. Y eso hice, desde entonces, me he dado la oportunidad. Y se la he dado a la vida.
Dos semanas después, de mi love actually versión parisina. Estaba sentado de nuevo en un avión, destino Paris. Pensareis que el Alber esta un poco loco. Pero fue tan importante aquel viaje, que tuve que volver a revivir cada paseo, sitio, lugar. Pero esta vez, solo. Necesitaba volver a reafirmar, lo que había sentido. Me quede con ganas de más. Quería mucho más. Ampliar limites y horizontes personales. Paris tenía otro color, otra forma desde aquel catorce de febrero. Allí estaba de nuevo. Los inválidos, la famosa tumba de Napoleón Bonaparte. Se alzaban ante mí. El barrio latino, hasta aquí puedo escribir por hoy. Dejaremos esta segunda parte, para un poco más adelante. Paris, el destino. Me dieron otra oportunidad…
P.D: conózcanse viajando, da la oportunidad… hay veces que creemos que conocemos destinos y lugares, pero siempre hay alguien que te puede hacer ver algo, que tú vista no alcanzaría a distinguir….
Alber