Una hora menos, destino o casualidad
Camino de la buena suerte
Ayer cuando dejé el trozo de cabo en la caja, mis ojos vieron una quilla y en ella reflejada mi destino o parte de él. (nota informativa: quilla, dícese de una parte crucial de la tabla de surf, vamos una especie de aleta, para que nos entendamos).
Tengo el estomago cogido, se me ha puesto hasta mal cuerpo. Pero dicen que el toro hay que cogerlo por los cuernos, será cosa del destino. Esa quilla marco un antes y un después en mi vida.
Hasta ese momento llevaba tres años, con él que sería el futuro padre de mis hijos, según se iban dando los acontecimientos, os pongo en situación. Madrid, cena de empresa, Navidad. Creo que no hace falta seguir diciendo nada más. Allí apareció él, lo típico amigo de un amigo de un compañero de trabajo, que no sé cómo ni por qué, estaba apoyado en la barra de la discoteca.
Miraditas, sonrisas, un chupito, una copa, otro chupito, la música alta, él que se acerca cada vez más a tu oreja para hablarte, hasta que sus labios te rozan y pierdes el control. Te despiertas doce meses después y lo primero que ves es su cara.
Él, deportista, como no podía ser de otra manera, comprometido con el medio ambiente. Una mañana de sábado, media mañana. Recibo una llamada, El Marqués ha tenido un accidente. Se ha roto la meseta tibial (nota aclaratoria: dícese de la parte alta de la tibia). Lo primero que se me pasa por la cabeza, a la mierda las Navidades. Pero mi corazón reacciona y me visto con lo primero que pillo y salgo para el hospital, como pollo sin cabeza, atacado.
Como imaginareis, tras esta situación. El Alber y El Marqués se van a vivir juntos, menudo papelón, empezar a vivir con una persona que en esos momentos era totalmente dependiente de mi. Menuda responsabilidad, pero él confió en mí y nos dimos la oportunidad. Eso sí, me volqué en cuerpo y alma, para que no le faltara de nada y estuviera a cuerpo de rey (gran error amigos).
Tres años más tarde, el marqués está completamente recuperado y ya no tiene necesidad de depender del Alber. Cosas del destino, decido sorprenderle con una escapada y una ruta por el Teide, en nuestro aniversario. Iluso de mí, yo pensando en celebrar la vuelta a su normalidad y él pensando en cómo festejarlo.
Llegamos a la isla, Tenerife. Qué temperatura, “la eterna primavera” que privilegio. Qué bonito, todo como al principio. Dos enamorados celebrando la vida. Quería que la ruta por el Teide fuese sorpresa, pero con lo pesado que se ponía, al final se lo tuve que contar, pero en el avión. Tengo que decir a su favor, que la primera noche organizo una velada de cuento de hadas, de esas veladas de películas, vino, champagne, flores, velas, mar, estrellas, amor, la luna, mucho amor.
Os podéis imaginar cómo subí al Teide a la mañana siguiente. Flotando, como auténtico pardillo, loco de amor. Y no era para menos, porque después de no sé si cuatro o cinco horas, caminando y menos mal que cogimos el teleférico, casi tengo que llamar al Calleja para que me rescate.
Cual fue mi sorpresa una vez allí, en el techo de España. Mi marques me había preparado otra, otra sorpresa más. Cuantas emociones en tan poco tiempo, pero si el destino así lo quiere, yo no voy a ser quien le lleve la contraria.
Había reservado noche en el refugio de Altavista, una pequeña casita de alta montaña, que se encuentra dentro del parque. Vimos un atardecer en los campos de lava, aquello parecía de película de Hollywood. Era demasiado perfecto. Resulta que pasando la noche en el refugio, no necesitas permiso para poder acceder a la cima del Teide, pero hay que hacerlo antes del amanecer.
Tengo que reconocer que hice un repaso a toda su familia, antes de levantarme a esas horas, pero mereció la pena. Vamos que si. Pude ser participe de cómo la cima del Teide proyecta su colosal silueta piramidal sobre el mar y las islas, la sombra del Teide.
Y en mitad de aquella enajenación, mi marqués, apoyo rodilla en el suelo y allí en las alturas, me cogió la mano, me miro a los ojos. Y el resto es fácil, sencillo y para toda la familia. Ni una vez me lo pensé, me lancé a sus brazos y acepte el destino. O eso pensaba yo.
Cosas del destino, o que era el momento. Dos días después, toda la mierda exploto, la verdad quiero decir. Me confesó, que no sabía cómo ni por qué. Pero que lo que hizo la otra mañana, no era de corazón, vamos que no lo sentía de verdad. Que se dejo llevar por la situación. Me había portado tan bien con él, que no supo cómo reaccionar. Pensó que la mejor manera de decirme que se había enamorado de otro, era pidiéndome compartir mi vida con la suya hasta los restos. Pasa palabra.
Os resumo brevemente, durante el tiempo que estuvo convaleciente y sin poder moverse, se bajo Tinder, un match, dos, coincidencias, mucho tiempo libre. El resto, podéis imaginar. Mi cara era para match en esos momentos. Recogí mis cosas y salí a la calle, empecé andar, lo deje en manos del destino.
Acabe en el puerto, montado en un barco, destino Lanzarote. Necesitaba recomponer las piezas, mis sentimientos, emociones, orgullo. Tres años y llevaba más de uno con otro. Un vendaval había asolado mi vida.
Tenía que pasar página. Dejar tiempo, para que el marqués volviera y abandonara del todo mi vida, mi casa. No quería saber nada de él, solo quería borrarlo de mi. Lanzarote fue mi pañuelo de lágrimas, mi caída y mi resurgir, un dos en uno.
Como dice mi querida amiga Amaral: “una luz que se apagó como dos faroles rotos, el deseo de vivir es lo que me está matando (la memoria de lo que fui), las canciones que escuche y los labios que he besado, todo aquello en lo que confíe. Tiene los días contados. Te imaginaba como un enigma que nadie conseguía descifrar, parecía más sencillo que un extraterrestre me viniera a visitar.”
Si tú hubieras sentido el poder de mi interior, si comprendieras el lenguaje de mi cuerpo, no hubieras tratado de parar lo que no tiene remedio. Reconócelo, no lo hubieras hecho.
Necesitaba volar, volver a sentirme vivo. Recorrí los rincones de la isla, llorando como una magdalena, riéndome como si no hubiera un mañana. Una montaña rusa de emociones, el destino estaba juguetón y no terminaba de pillarle el punto.
Hasta que una mañana, decidí perderme en la maravillosa playa de Órzola, aguas vírgenes, desconexión absoluta. Sólo tú, la naturaleza y un hermoso paisaje. Y me vine arriba. Me quite todo y como dios me trajo el mundo, me lance al agua. Se me ponen los pelos de punta solo de recordar lo que sentí en aquel momento, una fuerza, una vitalidad, brutal.
La cuestión, que después de unas dos o tres horas soñando, disfrutando. Me senté en la orilla, el mar estaba con ganas de marcha, era un placer sentir como iba y venía, como de vez en cuando llegaba alguna ola que te arrastraba al agua, un vaivén muy agradable. Yo que soy así de rubio, por momentos. Estaba viendo como a lo lejos venia una ola, un tanto grande, pero yo me decía a mí mismo, Alber, esa rompe un poco más adelante y aquí llega la espumita.
¡¡Espumita!!, que cuando fui consciente, estaba metido en una lucha contra el agua por salir. Lo más gracioso es que estaba en la orilla, que si me ponía de pie, el agua no me llegaba más arriba de los tobillos. ¡¡ Qué lástima !!. En mitad de aquella batalla un brazo apareció, que me agarro y de un tirón, la realidad volvió a mí.
Lo primero que mis ojos llegaron a ver fue sus grandes brazos, sus manos, algo sin precedentes… Cuando subí la mirada, mis ojos se cruzaron con los suyos. Me quede totalmente inmóvil, sus grandes ojos azules no dejaban de mirarme, podría perderme horas y horas en ellos. Era un dios nórdico, parecía sacado de Vikingos.
Él me hablaba, pero entre el agua que había tragado, la situación, no entendía nada. Estaba completamente en shock. Yo no sabía si estaba esperando para entrar en el cielo o qué narices me había pasado.
Después de un largo e incomodo silencio. Tuvo la mejor idea, abrazarme. Roce, piel con piel. Peligro, mucho peligro. Como os comente antes, el destino estaba juguetón. Estábamos los dos solos o yo no vi a nadie más en las cercanías. Él no se separaba de mí, pensaría que habría cogido frío al verme totalmente desnudo. Y verme debatiéndome entre la vida y la muerte minutos atrás.
Ante aquella situación y que no sabia donde meterme. Sin pensármelo dos veces me abalance sobre él, le plante un beso y deje que el destino hiciera el resto (no podía desaprovechar esa oportunidad, uno no se cruza con dios nórdico todos los días, y en un paraíso como ese).
Me hizo vivir un pequeño romance, (en mitad del caos mental y emocional que tenia), de unos días, breve pero muy intenso. Llegamos a entendernos aunque no habláramos el mismo idioma, conectamos. Me enseño Lanzarote y conocí rincones mágicos.
Me enseño a surfear, fuimos a la octava isla canaria, “la graciosa”. Montamos en catamarán (aquí ya tenia experiencia, no era la primera vez), un paseo memorable, para vivirlo. La playa de la cera, para mi y creo que coincidiréis conmigo, la mejor playa virgen. De una belleza espectacular, tranquilidad, soledad… No es fácil llegar, hay que andar entre escarpados, un aventura emocionante, un destino tentador.
Una de las que me dejo huella, fue la playa del calentón blanco (no seáis mal pensados), combinación de arena blanca y océano cristalino azul, tiene piscina natural (os podéis imaginar el agua que tiene, cristal, cristal). Todo un espectáculo para los sentidos.
Cuando aquello termino y regrese a la realidad, el marqués no había dejado rastro, parecía como si no hubiera estado allí nunca. Un cúmulo de emociones, sensaciones. Pero el destino me había dado una segunda oportunidad, porque desaprovechar la oportunidad de vivir.
P.D.: Hay un tiempo para existir, en el tiempo que te han dado. Para dejar atrás los fantasmas del pasado, hay un tiempo para creer y acaba de llegar.
1 Comentario
En estos tiempos pandémicos y enclaustrados, da gusto leer un bombazo de emociones y deseos, de fantasías (¿o pueden ser realidad?) románticas… Dan ganas de viajar y de vivir(las) … ¡me pido el Vikingo! es verano…
y ¡¡Ya toca!!